Hace ya más de cuarenta años que España ingresó en la OTAN, y aún hoy resuenan los
ecos del malestar popular que aquella decisión provocó. Una entrada que no fue
producto del consenso social, sino de una imposición política revestida de una consulta
popular tardía, ambigua y tramposa. La campaña del referéndum de 1986, celebrada
cuatro años después de la adhesión, fue un ejercicio de malabarismo político en el que el
gobierno del PSOE prometió condiciones que pronto serían olvidadas: no integración en
la estructura militar, reducción de presencia militar estadounidense, y no proliferación de
armas nucleares. Promesas vacías que sirvieron para apaciguar temporalmente el
rechazo ciudadano, pero que con el tiempo se diluyeron sin explicación ni disculpa.
H
oy
,
varias décadas después
,
la situación no solo no ha mejorado
,
sino que se ha agravado
.
E
spaña, arrastrada por los compromisos con la OTAN —organización que no ha dejado
de actuar como brazo armado de los intereses geoestratégicos de Estados Unidos—, se
prepara para elevar su gasto militar hasta cifras sin precedentes. Bajo el pretexto de la
“seguridad” y la “defensa común”, se están destinando miles de millones de euros a la
compra de armamento, modernización de infraestructuras militares y participación en
operaciones internacionales, muchas de ellas con objetivos más que discutibles.
¿Y qué queda para lo urgente? ¿Para la sanidad pública, precarizada y colapsada? ¿Para
la vivienda, el empleo digno, la transición ecológica? ¿Cómo puede justificarse que un
país con niveles preocupantes de pobreza infantil y exclusión social decida priorizar tan
descaradamente el gasto en defensa? ¿A quién defiende esa inversión, realmente?
Es difícil no ver en esta deriva una forma de vasallaje contemporáneo. Estados Unidos,
que sigue ejerciendo una influencia dominante dentro de la OTAN, exige a sus “aliados”
un compromiso del 2% del PIB en defensa. Un mandato que España asume dócilmente,
aunque ello signifique desatender otras prioridades esenciales. Y mientras tanto, nuestros
supuestos socios europeos callan o aplauden, inmersos también en la carrera
armamentística que la guerra de Ucrania ha reactivado con fuerza.
No se trata de una cuestión técnica, ni meramente económica. Es una cuestión política y
ética. ¿Qué modelo de país queremos? ¿Uno que obedece sin rechistar las órdenes del
complejo militar-industrial global? ¿O uno que pone por delante la dignidad y las
necesidades de su población? La historia nos enseña que la militarización nunca ha
traído paz, sino conflicto. Que las guerras, aunque se libren lejos, siempre dejan
cicatrices en casa.
España necesita urgentemente reabrir este debate. Necesitamos más voces que
cuestionen esta sumisión silenciosa. Que recuerden que el verdadero patriotismo no
consiste en obedecer, sino en defender los intereses reales de la mayoría. Porque ningún
país se fortalece empobreciendo a su pueblo para satisfacer a una alianza en la que, cada
vez más, somos peones y no aliados.
Sensibles a esta problemática, los Cristianos de Base de nuestra ciudad dedicamos a
este tema, bajo el lema: LA PAZ ES EL CAMINO, nuestro próximo XXXIV
ENCUENTRO DE CRISTIAN@S DE BASE DE ASTURIAS, que tendrá lugar los días
9 y 10 de este mes de mayo, según el programa siguiente: